Sierra de Gata: paisaje después del fuego.
José Antonio
Mateos Martín.
A raíz de lo
ocurrido en Sierra de Gata parece oportuno, y ya con cierta serenidad ante el
espanto de los primeros momentos, propiciar la reflexión. Parece que así está
actuando la Administración, con reuniones diversas, e incluso en el ámbito
comarcal se han creado plataformas de afectados, de solidaridad con los
afectados y también de reflexión sobre el modelo y futuro de la comarca..
No por habitual
deja de ser normal que, sobre todo en verano, la Sierra salte a los medios por
algún gran incendio. Parece que el verano siempre nos reserva alguna portada de
periódico, titulares y artículos de opinión. Raro es el estío en que esto no
ocurre. Desgraciadamente este año hemos sido incluso portada de noticiarios
televisivos a causa del gran incendio que asoló, fundamentalmente Acebo, Hoyos
y Perales, con pequeñas incursiones en otros términos municipales. Se puede
hablar de un incendio de dimensiones comarcales, no tanto por la superficie
respecto al total comarcal pero sí por haber alcanzado un eje medular de
elementos muy representativos del patrimonio gateño (los propios cascos urbanos
de Acebo, Hoyos y Perales, el entorno de Jálama y Cervigona, las piscinas
naturales de Acebo, Hoyos y Perales, entre otros). Intencionadamente estamos
rehuyendo la etiqueta de forestal. A la vista de lo ocurrido este año, ya no es
que ardan masas forestales o estrictamente “terreno forestal” (no
necesariamente superficie arbolada) porque la impresión es que, en sentido
amplio, se quemaba “el campo” y casi los pueblos: el conjunto del medio rural.
Se quema “el campo”, los espacios de cultivos
tradicionales ubicados en el minifundio parcelario del entorno de los pueblos,
el terrazgo ocupado por huertos, viñas, olivares, cercados y tapados. Un
terrazgo que a medida que nos alejamos de los pueblos ha derivado casi en
bosque en la medida en que ese terrazgo ha sido abandonado (por pérdida de
población, por edad del agricultor, por dificultades de acceso, por escasa
rentabilidad) y de nuevo es recuperado por los árboles, matorrales y zarzales a
expensas de los cuales en su día se abrió el espacio de cultivo o claro para el
pastoreo. Una arboleda que tampoco es objeto ya de la tradicional extracción de
leñas, material de construcción o forrajeo, por lo que se acumula un
combustible potencial.
En paralelo, se
desdibujan y desaparece la trama de elementos que articulaba ese campo, desde
caminos y veredas a paredes, muros, poyos y bancales, elementos que por la propia
intemperie climática, sobre todo las aguas, la falta de mantenimiento y la
recolonización silvestre se deterioran e inutilizan, más o menos mimetizados en
el entorno.
Se quema “el campo”, incluyendo los antiguos
pastaderos leñosos de los terrenos más serranos, manejados antaño como baldíos
y comunales abiertos, dominios de bardales, escobonales y brezales, que por
falta de aprovechamiento ganadero y descuaje se han convertido en espesas masas
de escobones, brezos, jaras y carquesas, actual dominio de abejas y jabalíes.
Y casi siempre
se han quemado, en el sentido de incendio forestal más común, las dilatadas
superficies de terrenos serranos que fueron objeto de repoblación forestal
mediante pinos, y los espacios recolonizados por la dispersión del pinar, y los
pinares ya maduros y vueltos a quemar, y los densos pinares menudos fruto del
banco de semillas del suelo, en ocasiones hasta que el regenerado de semilla
desaparecía. Estos si han sido, por desgracia, los incendios que, por la
continuidad de las masas y pese a la maraña de pistas y cortafuegos, han tenido
marchamo de forestal según su definición legal (bosques, matorrales, riberas y
pastizales), aunque en el caso que nos ocupa no se trata del componente
fundamental.
En definitiva,
por diversos factores, el medio serrano es frágil y vulnerable ante el fuego
por sus condiciones “estructurales” (relieve, pendientes, cobertura vegetal), aún
más en años climáticamente tan secos como éste y con perspectiva de incrementarse
esa fragilidad en el horizonte de irregularidad climática en que nos movemos.
En todo caso estos no son los factores desencadenantes del fuego. Desde el más
puro ejercicio de especulación sobre las causas, descartadas las naturales, no
acierto a vislumbrar más que nos adentraríamos en el complejo mundo de la mente
humana, a medio camino entre conflictos de intereses poco explícitos a primera
vista y puede que puras patologías para estudio psiquiátrico. Aquí hay tema de
estudio.
En suma, el
abandono y decaimiento del mundo rural en general, en paralelo a la masividad
de coberturas vegetales en recuperación, generan condiciones proclives a la
dificultad de controlar los incendios.
Unas condiciones
de fragilidad sobre las que desde hace unos años se ha construido el incipiente
desarrollo turístico de la comarca, donde se exhibe el verde y el agua, pero
sin que pueda olvidarse que bajo esa abundancia de verde en el paisaje de
nuestras sierras se esconde un medio rural en transición como contexto que
podía virar del verde al negro de manera brusca y catastrófica.
Unas condiciones
de fragilidad del medio rural serrano sobre el que se superpone a veces la
mirada conservacionista, inspirada en estándares europeos y que consagra un
modelo de “medio ambiente”, una foto fija de estado del medio que parece olvidar
que ese medio es una deriva natural por abandono de la gestión tradicional en
desuso (no siempre respetuosa, puntualmente incluso abusiva). Es la política de
protección del medio que llevada al extremo, a veces mal explicada y otras mal
entendida, se traduce, grosso modo,
en que no se puede tocar nada de lo que hasta ahora era objeto de manejo y
gestión. Para (casi) todo hace falta informe, permiso o supervisión
administrativa, no siempre ágil. Ante ello se genera incomprensión o abierto rechazo,
especialmente cuando paradójicamente ni la propia Administración respeta pautas
ambientales o las integra en sus políticas de manera real, sin generar agravios
comparativos (exigiendo a los ciudadanos lo que la Administración elude). El
ejemplo más reciente es la pista de Las Jañonas, verdadera “carretera de
montaña” a ninguna parte, realizada por los Servicios Forestales.
Al hilo de todo
lo expuesto, e intentando hacer una lectura de revisión del modelo desarrollado
hasta ahora, el incendio de Sierra de Gata saca a relucir las múltiples
dimensiones subyacentes bajo lo que en suma simplificamos como el último
gran incendio forestal en la Sierra
Las cuestiones
que se suscitan no son sólo de índole forestal sino que necesitamos revisar un
modelo de desarrollo rural donde no cabe hablar sólo o parcialmente de política
forestal a base de pistas, cortafuegos y acopios de agua a pie de pista. Donde
ha pasado a primer plano de manera dramática la afección directa del fuego a los
cascos urbanos, si bien existe una legislación autonómica de lucha y prevención
contra incendios muy detallada en recursos, planes, memorias y medidas al
servicio de la prevención efectiva del riesgo de incendios, especialmente en
zonas de alto riesgo, como ocurre en todo el ámbito de Sierra de Gata, y también
en el entorno de los cascos urbanos a través de la figura de los planes
periurbanos, que son competencia de las autoridades locales.
De la mano de la
mano de la planificación forestal, de la lucha contra el fuego y la prevención
del riesgo de incendios debe ir la ordenación urbanística y territorial, que es
la que dibuja el contorno de interrelación de lo urbano con el terreno que le
rodea, sin descuidar la vulnerabilidad de la implantación de nuevas construcciones
en suelo rústico, bien de segunda residencia, bien de localizaciones vinculadas
a turismo rural así como los espacios de tipo recreativo en el medio natural,
como las piscinas naturales.
Otras claves de
lectura se inscriben en el contexto puramente económico. No es raro que el
cultivo tradicional se abandone por parte de quien no ve en ellos expectativas
económicas claras, como ocurre con el olivar y el viñedo, los cultivos de mayor
difusión. Donde los nuevos usos del territorio no pasan de ser simbólicos
granos de arena, puramente testimoniales y en la medida en que tiene mucho peso
en el sector turístico, con la fragilidad inherente al contexto en que se
inscriben. Tal vez con escasa significación habida cuenta de la dilatada
trayectoria que lleva la comarca trabajando en clave de desarrollo y
diversificación del medio rural desde los programas LEADER. Donde, dada su
amplia superficie, los terrenos forestales de administración pública se
gestionen de manera que los pueblos perciban que el monte también es suyo y les
genera riqueza no sólo cuando se quema y se vende la madera, como ocurre con
las recientes experiencias de resinación.
Desde luego, las
políticas de valoración del medio natural no pueden ser sólo cartelería, folletos
turísticos y senderos, sino que en medios rurales tan “naturales” deben acompañarse
con unas medidas de gestión que consideren que no hay rincón de la sierra que
sea virgen sino que la mano del serrano está detrás de la mayor parte del
paisaje que percibimos. Y que las prácticas agroforestales no pueden perder
nunca el trasfondo de selvicultura preventiva, incorporando facilidades y
pautas de gestión que integren también claves ambientales y de mejora del
paisaje y su valoración como recurso. A ello debe contribuir el contar con una
malla vertebradora apoyada en los caminos públicos, como accesos al territorio dimensionados
según las características del mismo, diseñados para su puesta en valor y como
red de defensa, no sólo como soporte de redes de itinerarios y, desde luego, no
sólo como mera contrata de obra pública para mover maquinaria y cuadrar
presupuestos de inversión.
No debemos
perder de vista que los espacios serranos que constituyen los telones de fondo
de nuestro escenario comarcal, además de los valores ambientales y
referenciales para el imaginario serrano, son algo más. Su gestión no debe olvidar
su condición de límite administrativo, para unificar criterios de gestión, pero
tal vez lo más significativo sea que estos ámbitos serranos son la esponja que
atrapa el imprescindible recurso agua, por lo que su gestión debe ser siempre
orientada por criterios protectores más que especulativos.
Por tanto, es
necesario un enfoque del territorio que parta de una visión patrimonial e
integradora del propio territorio por su interrelación de factores naturales y
culturales. Porque Sierra de Gata es un medio eminentemente rural y muy
humanizado, cuyo paisaje sintetiza la diversidad de respuestas naturales y se
funde con la herencia en forma de patrones de un modelo de gestión tradicional
en decaimiento y apuntes de nuevas miradas. En definitiva, donde el medio
natural tiene mucho de medio social y cultural. Esta es su riqueza y su
fragilidad.