lunes, 7 de abril de 2008

MANIFIESTO POR UNA NUEVA CULTURA DEL TERRITORIO



Un total de 108 profesores universitarios, expertos en urbanismo, arquitectos y geógrafos de prestigio presentaron en abril de 2006 un manifiesto en el que reclamaban mayor control sobre los procesos que de manera más intensa están cambiando la fisonomía y calidad ambiental de nuestros paisajes. Pese al tiempo transcurrido desde su publicación la mayoría de sus reflexiones están plenamente vigentes.


MANIFIESTO POR UNA NUEVA CULTURA DEL TERRITORIO

La evolución que están experimentando los usos del suelo en España,

principalmente a causa de los avances de una urbanización realizada de forma

masiva y sobre terrenos no siempre adecuados, es muy preocupante. Este proceso

está teniendo consecuencias ambientales y paisajísticas muy negativas cuyo

alcance, en muchos casos, no viene siendo ni considerado, ni corregido. El actual

modelo de urbanización está teniendo asimismo consecuencias perniciosas para la

calidad de vida de los ciudadanos –de las que son expresión palmaria las

dificultades de acceso a la vivienda, el incremento de la movilidad y el aumento de

los costes de los servicios- y puede comportar efectos preocupantes para el mismo

equilibrio del sistema financiero y la actividad económica, tal como han advertido

en reiteradas ocasiones las autoridades fiscales y monetarias. Además, la práctica

del urbanismo ha devenido demasiado a menudo sinónimo de opacidad, de “mala

política” y aún de corrupción. Así, el instrumento que debería servir para ordenar

los usos del territorio en beneficio de la colectividad ha acabado identificándose,

en muchos casos, con una técnica ininteligible donde la participación democrática

del conjunto de actores presentes en los territorios es irrelevante y prevalecen los

intereses de los agentes urbanizadores.

En el campo disciplinar, la propia expresión “ordenación del territorio” no ha

alcanzado todavía un suficiente consenso científico-técnico, y su práctica real en la

mayoría de las Comunidades Autónomas no ha llegado a ser relevante en términos

político-administrativos Así, se consume voraz y desordenadamente un recurso

limitado, el territorio, sin disponer de instrumentos adecuados y sin que se atisben

respuestas suficientes a los graves e irreversibles daños que en muchos lugares se

están ocasionando.

La gestión prudente del territorio debe convertirse en el elemento central de un

nuevo debate ciudadano. Un debate democrático en el que participen todos los

actores concernidos, especialmente aquellos que menos capacidad tienen para

hacer oír su voz. Es imprescindible que la sociedad española tome conciencia de

que, de persistir, el mal uso y desgobierno del territorio acarrearía, tras una corta

etapa de grandes beneficios privados, largos periodos de onerosos costes

ambientales, económicos y sociales. La mayor capacidad técnica para transformar

la naturaleza y los espacios de vida, el rápido aumento de la población y de los

niveles de consumo debe ir acompañada de prudencia y respeto en el uso y la

gestión de los recursos de que disponemos. Sólo así conseguiremos mantener y

mejorar nuestro nivel de bienestar, sólo así aprovecharemos las grandes

potencialidades de que goza nuestro territorio, sólo así evitaremos legar a las

generaciones venideras una España desfigurada, plagada de riesgos y repleta de

exasperaciones cotidianas, de desequilibrios territoriales, de procesos

segregadores y de deterioro irreversible de elementos culturales, simbólicos y

patrimoniales.

El buen gobierno del territorio, de la ciudad y del campo, como el representado en

el maravilloso fresco del Palacio Comunal de Siena, es responsabilidad de todos.

Por ello debe convertirse en un tema político de primer orden, entendiendo por

político no únicamente la práctica institucional o partidaria, sino también el

compromiso del conjunto de los ciudadanos. Cada ciudadano tiene derecho a vivir

en un ámbito digno, sano y bello, pero también tiene el deber de cuidarlo y de

exigir que velen por él quienes tienen la representación de la sociedad. En este

sentido hay que saludar con optimismo el incremento de las asociaciones y

entidades que en toda España pugnan por preservar determinados espacios

amenazados por procesos de urbanización inadecuados. Pero debemos ser

capaces de dar a estos movimientos no sólo un carácter defensivo y local, sino

también propositivo y general. Urge pues poner las bases de una nueva cultura del

territorio. Una nueva cultura territorial que impregne la legislación estatal y

autonómica, que oriente la práctica de todas los ayuntamientos y el conjunto de

las administraciones, que provea el marco adecuado para el buen funcionamiento

del mercado, que corrija en beneficio de la colectividad los excesos privados y que

haga prevalecer los valores de la sostenibilidad ambiental, la eficiencia funcional y

la equidad social.

Esta nueva cultura del territorio debe estar sustentada, a juicio de los firmantes,

en los siguientes principios, criterios y prioridades:

1. El territorio es un bien no renovable, esencial y limitado. La sociedad

encuentra en él soporte o sustento material a sus necesidades, así como referente

de su identidad y cultura. Las características naturales de cada territorio y las

pervivencias en él de trazos y formas que provienen del pasado le confieren

singularidad y valores de diversidad. Por ello, el territorio debe ser entendido como

recurso, pero también como cultura, historia, memoria colectiva, referente

identitario, bien público, espacio de solidaridad y legado. La nueva cultura del

territorio debe tener como primera preocupación encontrar la forma para que, en

cada lugar, la colectividad pueda disfrutar de los recursos del territorio y preservar

sus valores para las generaciones presentes y venideras.

2. El territorio es una realidad compleja y frágil. Toda realidad territorial,

todo lugar, está compuesto de múltiples elementos naturales y culturales y de sus

interrelaciones, que deben ser adecuadamente considerados. Las actuaciones con

gran incidencia territorial (urbanización, obras públicas, extracción de minerales,

roturaciones, forestaciones, etc.) tienen habitualmente consecuencias irreversibles.

Por ello, deben realizarse con conciencia de dicha complejidad y evaluando

previamente las múltiples repercusiones posibles. El principio de precaución es de

imprescindible aplicación a todas estas transformaciones.

3. El territorio contiene valores ecológicos, culturales y patrimoniales

que no pueden reducirse al precio del suelo. Estos valores sociales difíciles de

medir en términos monetarios convencionales deben ser tomados

sistemáticamente en consideración por las administraciones responsables de velar

por sus cualidades y potencialidades. La apropiación privada de cualquier parte del

territorio debe ser compatible con dichos valores; por ello, la propiedad del suelo y

la vivienda debe ser ejercida con respeto de su función social, y con la asunción

plena de la responsabilidad de potenciar su utilidad, su valor ambiental y su

potencial paisajístico.

4. Un territorio bien gestionado constituye un activo económico de

primer orden. En efecto, la correcta gestión del proceso de urbanización permite

reducir los costes de la movilidad para las personas y las empresas, contener los

precios del suelo y la vivienda, así como moderar las cargas de la prestación de los

servicios. Por otra parte, disponer de un entorno de calidad no sólo evita daños

ambientales y de salud, sino que también confiere valor añadido a los productos y

a los servicios, en particular los turísticos, básicos para la economía española. La

gestión sostenible del territorio es ciertamente una obligación social y ambiental,

pero resulta también un apremiante imperativo económico.

5. El planeamiento territorial y urbanístico es un instrumento esencial

para la actuación de los poderes públicos. Así, frente a toda veleidad

desreguladora, hay que defender la importancia de la legislación, la normativa y la

gestión urbanística para el buen gobierno del territorio. Ahora bien, la práctica

urbanística debe dotarse de nuevos horizontes y de nuevas herramientas

disciplinares y administrativas. Sólo de esta forma dará respuesta a las

necesidades sociales, propiciará la coordinación política horizontal entre distintos

departamentos y fomentará la concertación vertical entre administraciones y con

los agentes sociales. El conjunto de administraciones competentes deben propiciar

pues una revalorización del planeamiento territorial y general, suprimiendo la

utilización espuria de otros instrumentos de menor alcance espacial pero con alta

incidencia real, cuya aplicación abusiva ha tenido como consecuencia la

urbanización masiva, desordenada e inadecuada de suelo rústico

6. El planeamiento municipal debe tener como principal objetivo facilitar

el acceso a la vivienda, el goce de los servicios y la preservación del ambiente.

El planeamiento municipal es la escala básica de la práctica urbanística, pero en

demasiadas ocasiones los planes locales de ordenación está sirviendo casi

exclusivamente para impulsar procesos de expansión urbana. Ante esta deriva, hay

que defender planes municipales de ordenación que atribuyan valores positivos a

todas y cada una de las partes del término municipal, basando el crecimiento

urbano en criterios ecológicos y sociales, más allá de la simple consideración de la

oportunidad económica o de ocasionales negocios particulares inmediatos. En

particular, debe abandonarse la concepción del suelo rústico como un espacio

residual, perennemente pendiente de urbanización futura y comprender que la

permanencia de suelos rústicos destinados a las prácticas agrarias se hace

imprescindible por razones ambientales y ecológicas, incluso en los contextos

espaciales de las mayores ciudades y aglomeraciones urbanas. La defensa del

espacio abierto, como matriz territorial básica es hoy una prioridad que debe ser

perseguida adecuadamente, incluso mediante procedimientos de adquisición de

tierras y/o expropiación por interés social.

7. El planeamiento territorial debe proveer acuerdos básicos sobre el

trazado de las infraestructuras, el desarrollo de los asentamientos y el

sistema de los espacios abiertos. En un territorio crecientemente integrado el

planeamiento municipal no puede hacer frente por si solo a las dinámicas de

transformación del espacio. Por ello hoy es más necesario que nunca disponer de

un planeamiento a escala territorial que coordine y vincule el planeamiento

municipal, en pos de un nuevo modelo de urbanización, basado en el ahorro en el

consumo de suelo, la convivencia de usos y la cohesión social. El planeamiento

territorial debe ser un compromiso a la vez general y suficientemente concreto, por

cuyo cumplimiento y desarrollo será evaluada la actividad política de los partidos y

responsables públicos que lo formulan y aprueban. Sobre las Comunidades

Autónomas recae la gran responsabilidad de demostrar una mayor voluntad

política de ordenar su territorio superando la situación creada casi exclusiva del

planeamiento urbanístico. Deben aumentar su capacidad administrativa y técnica

para realizar planes de ordenación y de hacer real el orden territorial que se

propongan tener. Es imprescindible la formulación de modelos de ordenación

territorial para ámbitos metropolitanos, litorales y de espacios rurales, con

ciudades medias y/o espacios naturales protegidos.

8. El Gobierno central y las Cortes Generales del Estado no pueden

desentenderse del territorio. Con pleno respeto a las competencias que la

Constitución española otorga a las Comunidades Autónomas y a los municipios en

ordenación territorial y urbanismo, la administración general del Estado no puede

dejar de considerar el territorio como parte de sus responsabilidades. En el

momento actual es inaplazable la revisión de la legislación todavía vigente desde

1998 sobre medidas liberalizadoras en materia de suelo y resulta imprescindible

una nueva legislación del suelo que supere la visión estrecha según la cual la

vocación esencial del suelo sería su urbanización. La legislación del Estado debe

requerir a las administraciones competentes la atribución de valores sociales

positivos a todas las partes del territorio español, puesto que todas ellas afectan a

la calidad de vida de los ciudadanos, todas tienen funciones naturales, ecológicas o

ambientales y en todas ellas se plasman rasgos históricos y del patrimonio cultural.

Sobre el gobierno central recae igualmente la responsabilidad de revisar y

proponer el consenso relativo a un nuevo modelo de financiación para los

gobiernos locales que responda a los principios de suficiencia financiera y

adecuación de recursos a los servicios reales que deben prestar.

9. En un mundo crecientemente integrado la gestión del territorio debe

atender también a los compromisos de solidaridad y responsabilidad

global. El Estado español ha suscrito y/o ratificado diferentes acuerdos

internacionales (Convención sobre conservación y protección de la vida silvestre y

el medio natural, Berna, 1979; Carta Europea de Ordenación del Territorio,

Torremolinos 1983; Convención para la protección del patrimonio arquitectónico de

Europa, Granada 1985; Declaración de Río de Janeiro sobre el medio ambiente y el

desarrollo, 1992; Estrategia territorial europea, Postdam, 1999; Principios

directores para el desarrollo territorial sostenible del continente europeo, 2000,

Hanover; Convención europea del paisaje, Florencia, 2000). En estas

circunstancias, el conjunto de las administraciones públicas españolas están

obligadas a seguir las orientaciones que en ordenación del territorio desarrollan

otros estados europeos de forma consecuente con dichos tratados y con

repercusiones muy positivas para sus ciudadanos.

10. El impulso de los valores de sostenibilidad ambiental, eficiencia

económica y equidad social requiere de una nueva cultura del territorio.

Para promoverla es necesario un gran acuerdo que debe tener su reflejo tanto en

la actuación administrativa como en las prácticas sociales. Así, las administraciones

que actúan en cada nivel territorial (local, autonómico, estatal y europeo) deben

revisar sus objetivos, sus normativas e instrumentos de gestión territorial para

ponerlos de forma más efectiva al servicio de la colectividad. Y los ciudadanos, al

mismo tiempo que reclaman el derecho de un trato equitativo en cualquier

territorio, tienen también el deber ético de velar por el bienestar de las

generaciones venideras.

Mayo 2006