jueves, 3 de julio de 2008

RÉQUIEM POR SANTA CLARA












(a la memoria de Juan Valiente Pestana)


“Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta”, decía Pablo Neruda. Tal vez con menos globalidad pero igual énfasis podíamos decir que quién no conoce el Puerto de Santa Clara no conoce uno de los rincones boscosos más celebrados de Sierra de Gata y también de Extremadura, también conocido como El Soto (O Soitu en mañego). Lo cierto es que, por muchos motivos, constituye uno de los parajes serragatinos más conocidos y celebrados. Y no menos cierto es que quien lo conozca y se acerque de nuevo hasta allí observará grandes cambios en su fisonomía. Están a punto de consumarse las obras en el último tramo de la carretera que desde San Martín de Trevejo corona el puerto hasta el límite con Salamanca. De nuevo la Diputación de Cáceres con su vocación de servicio público y mejoras al ciudadano que a partir de ahora tardará 5 minutos menos en recorrer un trayecto de vital importancia para….

Se han consumado las trazas esbozadas en las primeras fases y, de manera inexorable e inapelable, se acometió el tramo final que por muchos motivos era el más comprometido en términos topográficos y ambientales. Como suele ocurrir en estos casos, se sabe dónde empieza pero resulta difícil saber dónde se acaba. O no se quiere saber o da lo mismo, o a nadie parece importarle más allá del elástico cumplimiento de la legislación vigente.

El resultado sobre el terreno es tan desalentador como apabullante, desde luego poco propicio para las imágenes bucólicas con que la propia Diputación o la Mancomunidad de Municipios de Sierra de Gata adornan sus calendarios y folletos turísticos. Por oposición a los métodos y formas de la cirugía de mínima invasión, aquí nos encontramos con un buen ejemplo de ingeniería de máxima invasión, aún más flagrante por el contexto “verde” en que se inserta. Y ni Red Natura 2000 ni los más diversos reconocimientos botánicos y paisajísticos han sido obstáculo para intervenir con los criterios habituales de ingeniería convencional a base de tiralíneas que, en un lugar tan excepcional como Santa Clara, saltan desde lo convencional hacia la brutalidad y aberración. Un nuevo capítulo de una historia que a fuerza de repetirse en actores y escenarios parece revestir un aire de tragedia clásica donde, a pesar de las apariencias, perdemos todos. Y en el caso de Santa Clara perdemos mucho más que árboles rotos y flores enterradas.

José Antonio Mateos Martín